Hombres solos en París

de Florencio Nicolau

Hombres solos en París

Especial para Eco Italiano

No sé qué es lo que miras, pero hay una invocación en esa pose que muestras con un poco de arrogancia, de decepción. 

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 Todo es, esencialmente, incertidumbre en el continuo giro del mundo y de la sucesión de los eventos. Queremos estar seguros de algo pero es imposible, el mundo no fue hecho para eso. Un escocés dijo una vez que la causalidad es discutible y que sabemos que el sol sale todas las mañanas por el solo hecho que estamos acostumbrados a que suceda habitualmente. Algo de razón tenía. 

 La incertidumbre me trajo aquí, a estas calles. Después de Marruecos tenía que elegir otro lugar para justificar el costo de un viaje tan largo.  Y así fue como dije sin pensarlo, créanlo:

 —París.

 París es una fiesta.

 Una ciudad de colores asombrosos sobre un fondo de grises sin concesiones. Los parisinos han hecho de su ciudad un arte y lo han presentado de mil maneras posibles. Una casa de venta de ropa de danza en las cercanías de la Rue de Rivoli pone como atractivo en la vidriera una pirámide de zapatillas de ballet desgastadas, deshilachadas, sucias. El efecto es desbastador y el mensaje subliminal, atroz: el sufrimiento de la danza no es para cualquiera. Una estación de trenes de una línea que fracasó se convirtió en el Museo más bello de Europa. En Saint-Germain-des-Prés, mujeres y hombres, vestidos para matar, parecen caminar por la pasarela de un desfile de modas.

 Sí, París es una fiesta del arte. 

 La mañana es fría, un enero de uno o dos grados que se hacen sentir. Cruzo Boulevard Haussmann viniendo desde mi hotel de la Rue D’Amsterdam. Las luces de las vidrieras a esa temprana hora de la mañana le dan un aspecto extraño al boulevard que alberga algunas de las tiendas importantes de la ciudad. Es una sensación agradable estar en una de las capitales artísticas del planeta pero también se anidan en mi mente recuerdos turbios de las revoluciones, la Comuna y episodios cruentos de Les misérables

Me dirijo al Louvre por las calles de una ciudad que comienza a despertarse en un día cubierto de nubes y adornada por plátanos desnudos.

 El Louvre es una cosa rara en muchos aspectos. Un templo del arte, el museo más visitado de la tierra, que contiene la historia de la pintura de varios países y escuelas. Hace un tiempo atrás debió desprenderse de los impresionistas y pintores posteriores que hallaron felizmente un lugar independiente en el Musée d’Orsay, un espacio que bien podría ser una de las maravillas del mundo moderno.

 El Louvre, con sus cimientos expuestos y sus pirámides de vidrio, contiene ejemplos relevantes del renacimiento italiano. Obras de Fra Angélico, de Boticelli y sus maravillosos frescos de Villa Lemmi y la no siempre bien entendida Mona Lisa que se destaca por la guardia de seguridad y la cantidad de gente que siempre la está rodeando.

 Italia se impone en los corredores del antiguo palacio y marca se presencia ante el arte francés con una dignidad asombrosa. 

***

 Franciabigio es un pintor con claroscuros en su vida. Impetuoso, a veces violento al grado de destruir sus trabajos por caprichos, dejó obras insignes aunque nunca obtuvo un renombre comparable al de Leonardo, Michelangelo o Andrea del Sarto, quien fue su condiscípulo. Sus pinturas están en varios museos del mundo y es apreciado por sus expresiones introspectivas.

 El Retrato de un hombre aparece repentinamente en una de las galerías del Museo del Louvre. Un pensamiento se forma en mi mente: no sé qué es lo que miras, pero hay una invocación en esa pose que muestras con un poco de arrogancia, de decepción; eres un hombre que sufres en soledad.

 La mirada está claramente dirigida hacia dentro y eso es lo primero que me llama la atención. Soy sincero y admito que no conocía el retrato y fue en ese momento, en ese pasillo del Museo del Louvre, que me enfrenté a él por primera vez. La pintura es un estado emotivo, Franciabigio logró retratar el instante que define un estado de ánimo. El pensamiento del hombre está concentrado en algo que nunca sabremos que es, pero la preocupación o el desconcierto intelectual que le produce se ve claramente en su mirada. Detrás, en un paisaje de campo, se alcanzan a ver dos misteriosas figuras que departen en la lejanía. 

 Puedo tejer muchas historias en torno a esa expresión que surge de una pintura algo cuarteada. Tal vez sea un estado de ensoñación en la hora postrera al mediodía, luego de un Chianti gentil y el recuerdo de una mujer que lo despreció durante una reunión en una finca de la Toscana, bajo un cobertizo que protegía aperos de labranza o herramientas de viñatero. Aventuro una idea: el hombre joven piensa en la mujer que sirvió de modelo a la Cabeza de Madonna del mismo Franciabigio. Hay una desesperanza en saber que esa mujer, cuyo nombre ha caído en el olvido, se comprometió con otra persona.

Sé qué es lo que miras: la soledad.

 Me di cuenta que ese hombre, como yo, estaba solo en París.

 No es esta una disquisición intelectual, detrás de cada obra de arte existe otra que es la que nosotros completamos. El retrato de Franciabigio es solo el sostén material de una historia, el disparador de algunas ideas que subyacen debajo de esa cara de un muchacho de edad incierta (apuesto unos veinticinco) y que son la belleza misma de retrato. Creo que este cuadro me acerca como ningún otro a la idea de Hannah Arendt quien distingue la acción de conocer de la de pensar, esto último concebido como un diálogo interno. Conozco el cuadro de Franciabigio, he aprendido sobre su autor y forma parte de mi cultura personal; sin embargo la mayor riqueza para mí es pensar el cuadro.

 Francesco di Cristofano Bigi o Franciabigio es uno de esos tesoros que llevo a donde voy pues es el producto de un descubrimiento, un cuadro cuya existencia no conocía y que sorprendentemente entró en mi vida una gélida mañana de enero en una París de nubes y manzanas compradas al paso, de papas fritas con cerveza e inclusive, con ratones correteando dentro de un comedor de la Rue Serpente, a pasos del Boul’Mich’ como dicen los parisinos.

 Franciabigio me ha traído estos hermosos recuerdos y los comparto con ustedes. Tal vez algún día piense en estas idas y venidas por París y el Museo del Louvre y mis ojos se conviertan en los del Retrato de un hombre.

 Seré entonces un anciano pensando en un día frío en que llamé a mi madre desde un hotel de la Rue D’Amsterdam.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 26 de enero de 2024

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