Drezz

De Florencio Nicolau

Drezz

Especial para Eco Italiano

Enredado en recuerdos que se superponen y no me dejan discernir el tiempo comienzo a evocar las mil y una sensaciones de tu cuerpo y tu piel en diferentes momentos en que la vida nos ha unido. La primera tvez que jugamos juntos fue la tarde en que vi a tu madre en su desnudez. El recuerdo es el sonido de la pelota de goma cuando rebota en las baldosas ajedrezadas, ¿te acuerdas? El patio es un ajedrez de pasiones, la pelota de goma marrón con gajos dibujados en pintura beis que rebota, rebota y rebota.

Los niños tienen un perro que se llamaba Malevo, un perrazo común y corriente, de pelaje marrón claro y temperamento algo introspectivo. No sé si hay canes introspectivos, pero Malevo—en mi recuerdo— parece pensar en las épocas en que sus ancestros eran lobos que buscaban algún resto de comida entre las fogatas de los cazadores. Tu madre se mete en el baño a tomar una ducha mientras nosotros jugamos a la pelota que rebota, rebota y rebota. De pronto un grito histérico surge del baño y repercute en el tapial del patio y se mezcla con el rebote, rebote, rebote de la pelota. El perro busca a su dueña dentro del baño y le lame la piel mojada por el agua de la bañera. Tu madre quiere reprimirlo con una patada, sacarlo de la intimidad de su desnudez y del pequeño baño con antiguas griferías de bronce y grandes azulejos blancos de los años treinta. Para eso tiene que salir de la bañera rápidamente, cubrirse el pecho con una toalla y dirigir la patada al can que la mira sin entender nada mientras la música de fondo es una pelota de goma marrón ribeteada de beis que rebota, rebota y rebota acompañada por el grito de los niños. Tú estás impertérrita en un rincón soleado, tu piel brillante. La mujer se atreve a salir del ámbito del baño y ahora está en las primeras baldosas del patio; ya no pertenece al mundo íntimo sino que su existencia es pública y notoria. El perro retrocede porque percibe que no va a haber alguna actitud cariñosa como por ejemplo tirarle restos de la comida del mediodía o arrojarle un palito para que lo busque y toda la familia lo festeje. Tu madre está enojada y levanta el pie del piso para dirigir la punta hacia algún lugar (lugar genérico, inespecífico) del cuerpo del can marrón. Pero el agua que ha caído desde la flor de la bañera y que ahora cubre la superficie del baño y parte de la del patio juega en contra de la certeza y la estabilidad de tu madre que cae, cae, cae, de culo en las baldosas negras y blancas del patio, mientras los niños giran al unísono sus cuellitos, para ver a un perro arrepentido y una mujer desnuda en un charco de agua. Nunca han visto algo así y por eso ríen mientras la pelota rebota, rebota y rebota. Instintivamente corres a abrazar a tu madre. Y yo quedo boquiabierto al saber que es lo que tienen las mujeres cuando no las cubre ropa alguna.

Y así tomo la decisión de usar mi vida en vestir mujeres mientras una pelota rebota, rebota, rebota.

***

Tu piel, mi piel.

No pienso solamente en la imagen de tus brazos y todo eso que hace que los hombres piensen en las mujeres. Pienso en otras pieles, la piel del agua por ejemplo. ¿Por qué el agua tiene piel? Pues porque alguien alguna vez se contempló la piel al salir del mar o el río, la suya no la del agua, y pensó el agua me cubre la piel mi piel es agua, el agua es una piel que cubre los océanos y se extiende hacia el infinito hasta que en algún lugar se une con otra piel extensa que viene del otro lado de una esfera. Un momento: ¿La esfera tiene lados? Da igual. Cuando era niño saqué un libro de la biblioteca de mis tías que eran aficionadas al arte. Tenían una colección muy grande de libros vistosos y coloridos con fotos de cuadros y de esculturas famosas que estaban en diferentes museos a lo largo y lo ancho del mundo (¿el mundo es una esfera?) Y ahí en uno de esos libros vi una pintura que me enseñó lo que es la piel del agua. En el cuadro hay una niña que es un niño a la vez, pequeña, completamente desnudo, con todos los sexos y sin ninguno. El niño está en una playa ancestral, una playa de la edad de los dinosaurios, no hay nadie a su alrededor solo un paisaje de rocas y lejanos promontorios. El niño-niña levanta con sus deditos el agua y contempla debajo de ésta un perro durmiendo. ¿De quién es el perro? Tal vez del pintor—Salvador Dalí Domènech—tal vez de algún pescador. Pero en la playa parece no haber nada más que el niño-niña y el perro que duerme bajo la piel del agua. El chucho acapara la atención de todos aquellos que miran el cuadro. Es un can magnético que atrae la mirada de los paseantes y contempladores de cuadros del mundo que es una esfera sin lados, ni ancho ni largo, que sin embargo está cubierta por la piel del agua.

Tu piel es de agua y es mi piel.

Tu eres bendita ente todas las mujeres que tienen la piel de agua, de agua salada y gimiente donde los hombres ponen involuntariamente su simiente. La rima no es casual como no es casual que, tu y yo, dos seres acuáticos nos hayamos reunido en la vida, un día de lluvia en el Museo del Prado.

—Estás cambiada, sos una hermosa mujer

—Vos también estás cambiado sos todo un hombre— dice con sorna mientras sus ojos se dirigen hacia mis uñas pintadas.

—Ya no soy hombre

—Y bueno…Cada cual es dueño de hacer de su culo un pito.

Nos abrazamos sinceramente y nos reímos. La Inmaculada de Tiepolo nos mira desde lo alto.

***

¿Por qué sonríe?

No es una mañana espléndida, pero es un día soleado y luminoso aunque algo sucio. Como que la luz del cielo está atravesando algo denso, lechoso, lloroso. Las veredas se ven a través de esa luz como más sucias que lo que realmente están. Es la magia de la luz, los cambios en la precepción de las cosas que debemos sobre todo a lo engañoso de la vista.. No sabemos a ciencia cierta qué es lo que realmente vemos cuando dirigimos la mirada hacia algún objeto. ¿Cuál es el objeto real? No lo sabemos. Por eso es que dudo de tu sonrisa, no sé si estás sonriendo hacia afuera, fenoménicamente o si es una sonrisa que disimula aquello que no podemos percibir realmente. Sin embargo es agradable, eterna y un encanto de dientes blancos entre tus labios generosamente pintados. Desde la vereda de enfrente, la que no tiene árboles, llega la imagen de tu mano que se mueve y que saluda.

Lleva un vestido negro con flores rojas, vistoso para la media mañana de una ciudad sin espíritu. Sin embargo pasa desapercibido para el resto de los mortales que transitan la calle. La primavera se empieza a insinuar en el aire y en la luz sucia del día; en la calle con árboles se pueden ver algunos toques de verde amarronado en algunas ramas. La sonrisa continúa mientras cruza la calle y si bien, no ostenta su portadora una presencia corporal extraordinaria, el vestido al menos acompaña con dignidad.

Me pregunta si estoy por robar un banco por la facha que tengo, pero sé que la pregunta no entraña nada de agresividad sino que más bien es un interludio entre la primera sonrisa que dibujó en la vereda de enfrente cuando me vio y que solo atenta a romper el hielo que, según dicen todos, me cubre desde siempre. El vestido rojo y negro parece colaborar para derretir esta gélida capa de antipatía fingida de la que me he ido recubriendo durante los últimos años.

Me dice que justo iba al banco y que de pura casualidad había tomado esta calle que casi nunca, pero lo que se dice nunca, la tomaba. Y, qué casualidad, mientras miraba en la vidriera de la papelería una abrochadora re copada color rojo que quería para tener al lado de la computadora, me había visto reflejado en el vidrio. ¿Te acordás como hace años nos encontramos en El Prado esa tarde que no paraba de llover? Me pregunta cómo estoy y si vengo seguido al centro. Me dice que quiere hablar conmigo algún día y que podemos reunirnos donde quisiera. Parece que las flores rojas del vestido se estuvieran agrandando lentamente, como si salieran del negro del fondo y se convirtieran en enormes bocas bermellón que quieren comerme con un montón de dientes. Le digo que me voy a hacer un tiempo para verla y que va a ser una alegría recibirla en mi taller.

—¿No me harías un vestido, tesoro?

La miro de arriba abajo mientras me llevo el pulgar y el índice bajo el mentón y, estudiándola profesionalmente, pienso que se puede hacer con ese cuerpo. Asiento sin decir ninguna palabra.

Se le ilumina la cara. ¿Por qué sonríe?, a mí nadie me sonreía cuando no era nadie. Ahora soy un modisto cotizado, la gente, sobre todo las mujeres, me saludan cuando me reconocen en la calle.

***

Los santos me enseñaron mucho acerca de la forma de vestir de la gente.

Las tías solteras tenían cajas repletas de estampitas que juntaban de bautismos, casamientos y fiestas patronales. Algunos santos eran muy conocidos otros no tanto. San Pedro, por ejemplo, es muy popular: Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, parece ser que le dijo Jesús a Pedro que se llamaba Simón y era pescador. No, no. No piensen que soy creyente, no, nada más lejos de la realidad. Pero la imagen de esos hombres y mujeres de entorno celestial, flotando entre nubes y circundados por querubines y serafines me cautivaron desde la infancia. Con las tías aprendí que hay santos para cada cosa y que solucionan de todo un poco. San Blas es para la tos, santa Bárbara para las tormentas (no sé si para producirlas o evitarlas), san Antonio hace de todo y san Bailón encuentra cosas perdidas y cuando aparecen hay que bailar en su honor. ¡Un bailecito para san Bailón! decían las tías cuando encontraban las llaves perdidas y bailaban un ritmo parecido a un chotis. ¿Por qué me gustaba tanto inmiscuirme en ese extraño mundo de esas viejas agrias pero bondadosas? Tal vez porque las tías me dejaban hacer todo lo que mis padres me prohibían. Con las tías podía jugar a que era una princesita y revolver sus cajones con ropas almidonadas y vaporosas de otros tiempos que siempre asocié con el olor a la naftalina. Las tías también guardaban estampitas entre las ropas en los cajones y chifonieres de la habitación, entremezcladas con las esferitas blancas, y para mí no había nada más lindo que buscar las diferentes figuritas de santos metidas entre la ropa.

Los pliegues de la ropa no son como los pliegues de la piel. El movimiento natural de la ropa es estético en sí mismo, por eso los escultores como Michelangelo se esmeraron tanto en representarlo en los mármoles sempiternos de las monumentales iglesias. Un pliegue de ropa es la exaltación de la piel humana. La caída de un vestido de satín es bella en sí misma. Por eso tomar la tela y simplemente mirarla entre las manos es algo tan bello. Hay mujeres que no lo saben. La mayoría no saben llevar un buen vestido. Algunos pocos travestis, si. Buscando las figuritas de santos entre los cajones de las tías aprendí de ropa. Que es una combinación, los ligueros, los corsé. Una vez encontré un sobre muy grande con plumas coloridas de aves. Mis tías me enseñaron que se llamaban egrettes.

Los santos también llevan túnicas y a algunos le quedaban muy bien. Jesús, por ejemplo tiene túnicas de diversos colores. En una figurita aparece con una color rojo y ángeles en semicírculo alrededor de él. Esa era mi estampita preferida. Algunos santos muestran el calzado, otros no. Judas Tadeo va descalzo, porque era pobre y por eso lo quieren tanto en Brasil dice mi tía. A muchos santos le aplicaron horribles tormentos antes de matarlos por mantener inquebrantable su fe y se les llamó mártires. Mártir en griego antiguo significa testigo, pues llevaron el testimonio de Cristo ante el mundo. Fueron quemados y decapitados. A san Bartolomé le arrancaron la piel estando vivo.

***

En la academia de corte y confección del barrio no querían chicos. Los muchachos al potrero a jugar al futbol. La confección era para nenas. Me abrí camino a los codazos, logré que me aceptaran. Trabajé arduamente, aprendí de moldes, de dibujo, pasé horas interminables con alfileres en la boca sujetando la tela al cuerpo de las mujeres que oficiaban de modelo en la escuela. Poco a poco empezaron a respetarme. Mis modelos eran originales, únicos. Gastaba mucho dinero en revistas de moda y aprendía mirando las fotos o las mujeres en la calle. Con el paso del tiempo comprendí que muchas mujeres elegantes no lo eran y otras que parecían sencillas, si. El ser humano es un misterio. Con el tiempo entendí la obra y la vida de los grandes artistas. Dediqué mucho tiempo a cultivarme en la historia del arte y de la pintura. Ver a Michelangelo, el divino, con esos cuerpos esculpidos que son la perfección misma del ser humano, me inspiró. Además era gay. Y eso me gustó desde que lo supe.

***

Dejo de mirarla y le digo:

—Ya imagino lo que voy a hacer sobre ese cuerpito gentil.

Ríe en una carcajada auténtica, le gustan los elogios.

—Así que triunfaste en el mundo de la moda, quién iba a decirlo— exclama con admiración sincera

—El espíritu sopla donde quiere

—¡Ayyyy, que humilde, como siempre!

Me siento incomodo de estar junto a ella después de tantos años. Jamás pensé encontrarla esa mañana en el banco y menos que se restableciera nuestra relación. Pero reconozco que me agrada estar con ella, ver su piel, siempre tersa, suave. La más perfecta que he visto en mi vida.

—Me sorprendí cuando me enteré que Drezz, la marca del momento, era tuya, realmente te admiro. Está en todos los shoppings.

Asentí con humildad pero con orgullo.

—Podrías quedar bien con tu vieja amiga y diseñarme algo exclusivo ¿no?

—Cuando quieras. Pasá por el taller y empezamos mañana.

Se sorprende. Le llama la atención que un modisto de renombre que sale en la televisión acepte de una hacerle un diseño a una amiga que hace años que no ve. Y que me despreció cuando aún no sabía que era gay. Fue muy duro, mi peor experiencia en las lides del amor sobre todo en épocas en que ese sentimiento parece ser el único que anima al alma humana. Animar el alma es una tautología piensa. Su vida es una tautología.

Sale del estudio entre maniquíes y mujeres que cortan y diseñan patrones en las computadoras que luego cobrarán vida en los vestidos más sofisticados que lucirán estrellas de la televisión y damas egregias en las recepciones de las embajadas. Sus diseños son buscados, cotizados, deseados. Va por la calle con la elegancia que aprendió a lucir con el paso del tiempo cuando se fue alejando lentamente de su pasado humilde en el barrio lateral a la historia de los exitosos y adinerados. Entra en la librería, saluda a las empleadas y se dirige como siempre a la sección de libros de medicina. Busca una anatomía humana, un libro enorme y pesado con la descripción ilustrada de todos los músculos del cuerpo humano y de su sistema óseo. Es un libro que cuesta una fortuna pero lo compra igual porque puede hacerlo. El profesionalismo lo lleva a gastar en lo que sea siempre que tiene los objetivos claros.

Ya en su casa se sirve una taza de té azul en la tetera de hierro japonesa y se saca la ropa después de un día de trabajo agotador en el taller. Acaricia la tapa del libro que compró a la tarde y se adentra en el mundo de los músculos, de los nervios, de la epidermis.

***

Llega al taller a la hora convenida. Es un horario en que ya no hay nadie, ningún empleado ni diseñador. Está radiante, como cuando la conocí en mi adolescencia y me rechazó. Pero esta vez se la ve con un esplendor impar, una diosa entre diosas, una mujer bien arreglada. No es bella, nunca lo fue pero tiene una luz interior que me cautiva. La invito a pasar amablemente mostrando mi refinamiento. Está admirada de la forma en que he cambiado con los años. Se da cuenta que ya no soy aquel muchachito pobre de barrio sino un distinguido hombre de la moda, que estudió arte, idiomas, historia y muchas cosas más. Me arrepiento por un instante de haberla citado pero ya es tarde y la suerte está echada. ¿Por qué nos arrepentimos de antemano de cosas que deseamos hacer? No lo sé; si lo sabría sería un filósofo y no un simple diseñador, porque soy eso un simple diseñador, una persona intrascendente en la historia humana. Muerto, quedaran mis vestidos guardados en los roperos hasta que pasen de moda y solo se acuerden de mis algunas personas. Soy intrascendente hasta la médula. Soy un producto del posmodernismo, una contradicción ontológica: un parásito que se desloma trabajando.

La invito a sentarse y a ponerse cómoda, le sirvo un té Darjeeling importado con una cucharadita de miel. Me agradece con la felinidad de las mujeres que aman ser bien tratadas. Parece por momentos olvidarse que ahora soy gay. La miro y la encuentro igual que de adolescente pero más aplomada, todo una mujer de mundo, que ha viajado y trabajado a la par de personalidades importantes.

¿Qué es lo que tienes divino Michelangelo que has sufrido pintando tu maldita capilla para el controversial Julio II? Desesperación por terminar tu encargo que te tiene esclavizado en los techos, en posiciones incómodas con pintura que te cae en los ojos. Soy escultor no pintor, le gritas a Dios de quien te has atrevido a representar su mano tocando casi la del pecaminoso Adán. Michelangelo, otro gay incomprendido, poeta y loco. Tu capilla es un esplendor de locura, una luz de desazón para quienes amamos el arte y descubrimos que no todos pueden crear así. San Bartolomé mira desde el techo sosteniendo en sus manos su propia piel. Bartolomé o Natanael predicó entre los armenios y dicen las tradiciones que llegó hasta la India. Pero el rey Astiages lo martirizó desollándolo. Y tú, Michelangelo, has pintado su piel flácida entre sus manos, allá arriba.

¿Qué es lo que tienes mi divina amiga? Tu, que quieres un vestido de mi factura, que has buscado interesadamente acercarte a mí, tu, ser despreciado de antaño y tu héroe de hogaño. Porque lo que tú quieres es llevar un vestido del diseñador de moda para regodearte con tus labios pintados de rojo fulmíneo en tus cenas distinguidas diciendo que el propio dueño de Drezz te confeccionó el vestido que luces esa noche. Cochina inmunda, cerdo abyecto, excremento del demonio. Eso es lo que eres. No voy a hacerte un vestido, rata de cementerio, pues estás muerta, pienso mientras el somnífero que hay en el té comienza a hacerte hablar lentamente cosas incoherentes. Pone en la PC Healing Hands de Elton John, se sirve un coñac y coge un objeto brillante del cajón de la cómoda Luis XV.

¿Qué es lo que tiene ese patio ajedrezado de hace un siglo atrás que me persigue en sueños? Ese día en que vi a tu madre en bolas y que tuve mi precoz primera erección y que te busqué detrás del mandarino después que tu madre corriera a vestirse y que te acaricié y aventuré mi boca hacia tu boca y mis manos tocaron tu piel de oro, mi amor, mi amor, mi único amor y tu desprecio tu empujón y tus insultos, mi amor. Y Malevo que ladra y ladra mientras una pelota rebota, rebota, rebota.

Cerdo. Individuo vacío y anónimo. Como lo soy yo. Hoy nos hemos dado cita dos iguales, dos seres vacíos. Ya está dormida. Busco el libro de anatomía y repaso una vez más. Tomo el bisturí y empiezo a practicar un tajo en su pecho; lentamente saco la primera lonja de piel mientras le rezo a san Bartolomé, apóstol y mártir.

El corazón me late como una pelota que rebota, rebota, rebota…

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 5 de octubre de 2024

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