
Llueve sobre Estíbaliz
Especial para Eco Italiano
Vuelve a caer la lluvia.
Hace un momento que las nubes se juntaron para crear un escenario que se resolvió en agua. Me has dicho que te llamas Estíbaliz. Te pregunto el origen del nombre y me dices que es vasco. No puede ser que te guste la poesía, me dices mientras la lluvia se viste de luz, Estíbaliz. Pienso en ese día, aquí sentado entre tanta gente.
Un pensamiento que se anida en nuestra cabeza, compartido, un dibujo hecho a cuatro manos entre vos y yo que nunca se concreta, sino que va mudando y tomando formas diferentes de acuerdo a los cambios de color del agua que moja nuestros cuerpos y el reflejo policromo de las luces de la calle que pintan la superficie húmeda de nuestros abrigos, Estíbaliz.
Vamos andando bajo la lluvia por este camino de tierra que es como ir por du côté de chez Swann y dejando que los transeúntes nos miren con ojos extrañados por nuestra sinceridad y nuestro amor insigne construido por la confianza y esa entrega del uno por el otro ajena a este mundo de envidias y resentimientos.
¿Por qué nos miran, Estíbaliz?
Piensa en la confianza que hemos generado y en la intimidad forjada con nuestro amor. ¿Recuerdas las noches de otoño cuando hablabas de tus lecturas y tus sueños? Cuantas historias revivimos al calor de las sábanas pensando en los juegos de todos los personajes de los libros que leíamos juntos y que imaginábamos ser nosotros en calles de ciudades que recorríamos con la imaginación y que las veíamos cual si fueran reales. La San Petersburgo de Dostoievski y la París de Proust surgían entras las manchas de humedad de nuestra habitación mientras tú eras Odette de Crècy yo un audaz Charles Swann revivido para acomodar la catleya malva en tu vestido.
Solo para amarte Estíbaliz.
Las cuatro personas me miran desde el largo escritorio y me preguntan si me siento bien, si no tengo mareos o insomnio. Y nos miramos, Estíbaliz, y nos reímos. ¿Por qué he de estar mal si estoy contigo? Pero me siguen preguntando lo mismo y no entiendo que es lo que quieren.
Es una nube que nos rodea, como esas escenografías que tanto nos gustan y que pintaban los italianos en los techos de las iglesias —recuerdas— donde los angelitos, los putti rodean a los santos y sostienen guirnaldas que flotan allá arriba mientras en el coro suenan melodías de canciones religiosas como las que escuchamos en el equipo de música de la habitación. Esa neblina surrealista que nos dice que la vida debe seguir a pesar de todo Estíbaliz; y tú que sonríes inquieta, sin moverte un centímetro tendida en la cama, mostrando todos los dientes.
Tu quietud me inspira los sentimientos más profundos, ver tu rostro que se marchita lentamente como la rosa que eres. Porque para marchitarse primero hay que florecer y por eso es que la decadencia de la flor recuerda la perfección que alguna vez fue. Pero lo será siempre en quienes hemos podido deleitarnos en la contemplación de sus blancos y rosados pétalos que fueron como el arrebol en la mañana de dos enamorados. Tú eres la flor que, ya amarronada y decaída, mantienes la esencia de lo bello en esos pétalos muertos pero vivos. Si no entendemos la belleza de la rosa no entendemos la perfección de la flor marchita que deja caer la corola en el florero, en un movimiento de nutación de su cabezuela, como rindiendo un humilde culto a la suprema divinidad que mueve el circulo de la existencia. Vivos para siempre, Estíbaliz.
Llueve. Llueve sobre la ciudad que es ninguna ciudad pero es París hace un siglo o más cuando paseábamos juntos por las páginas de À la recherche du temps perdu, volando hasta la ingenua Combray a contemplar por las tardes la iglesia y las vincas de los jardines. Como volabas entonces con flexibles movimientos degarzas o de acrobáticas palomas virginales y no como el pajarraco que quiso entrar ayer por la ventana para comerte, Estíbaliz.
Las aves. Comenzaron a acercarse un día. Ya hacía un tiempo que te habías quedado dormida y te ibas marchitando lentamente. Primero una, luego otra, volando en círculos por encima de la terraza. Graznando con ese sonido atronador que salía de sus picos afilados. ¿No saben que son los caranchos? le pregunto a uno de los cuatro que me está mirando desde el escritorio largo. La juventud acostumbrada a vivir en departamentos, aislados de la naturaleza ya no conocen de árboles, de pájaros y de mariposas como conocemos nosotros, mi amor.
La lluvia me increpa, Estíbaliz, me acosa. Me pregunto porque no pude evitar que te sacaran de la habitación, tú no habías hecho nada para que decidieran quitarte de mi vista y arruinarlo todo cuando recién estaba empezando. No entienden que los tiempos y los momentos de los enamorados son diferentes de los de la gente amarga que nunca conoció—ni conocerá—el amor. Nuestros tiempos son la eternidad, fragmentos de un ciclo que va y viene por el universo y se interseca en momentos culminantes que solo nosotros los enamorados con mayúscula sabemos comprender. ¿Qué es la muerte si no un concepto de quienes no entienden la vida? Nada es comprensible ya para el mundo. Amada de pétalos marchitos, sé que volverás a florecer con la tersura iridiscente que sol de la tarde pone en las estampillas, los conejitos y las begonias.
Y el olor Estíbaliz, ese olor penetrante que rodea los libros y la pequeña cocina del departamento, un aroma pesado como a fruta vieja que recuerda que siempre estaremos juntos. Y los vecinos que golpean la puerta furibundos porque no pueden entender que el amor es indisoluble cuando dos lo hacen con pasión y para toda la vida.
El policía escribe algo y se mira con los hombres de barbijo. La mujer de blanco se pone unos guantes de goma, no sé qué va a hacer. Me indigna que me pregunten cosas que no tiene sentido contestar. No pueden entenderlo. Si no han amado no han vivido. Si no han vivido no pueden preguntar sobre la vida y tampoco sobre lo que continúa después. ¿Por qué escondí un cadáver quince días en mi pieza? No sé de qué hablan, me rio. Qué más puedo hacer.
La mujer con el barbijo puesto entra en la habitación y trae la camilla junto a los hombres que te miran con cara de repugnancia. Es una imagen certera de que no logran entender que es lo que está pasando. No ven la realidad, no ven lo incorpóreo, solo ven tu cuerpo corrompido por el accidente del espacio, el tiempo y la causalidad. La cosa en si escapa a quienes no tienen un alma preparada para verla, amor.
La lluvia moja la tela con que te han cubierto. Solo para amarte, Estíbaliz, cae sobre ti, para que vuelvas a florecer en alguna próxima primavera.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 29 de diciembre de 2024