Florencio Nicolau Eymann |
A Claudia y Olga, con cariño
Especial para Eco Italiano
Es el mejor paseo que puedo hacer.
Salgo con el vestido rosa, color que me persigue desde siempre. Es una tarde de principios de primavera en la ciudad. El desvaído tono de las paredes, el vetusto aspecto de los dinteles, los balcones: todo me da una energía particular. Es la sensación de vivir sin haber vivido. Estoy en otro tiempo, el de mis ancestros, que es también el de mis descendientes. Mis hijos dicen que miento con frecuencia. Son ellos, que no entienden nada… Siempre pasa.
¿Cuántas flores se abrieron y cerraron desde que hallé la verdad? Muchas. Las primaveras suceden a los inviernos, los inviernos a los otoños. Una sucesión mística que debí aprender con los años. ¿Qué es el tiempo sino un compañero absoluto del espacio? ¿Y el espacio? Nada.
Dejemos las cosas en claro: no miento. Solo hablo de una dimensión que otros no pueden ver, porque aún no han llegado a ser seres perfectibles. Es decir, ni siquiera tienen la posibilidad de alcanzar el verdadero conocimiento. Es triste, pero es así. Aún no sé por qué tuve (o tengo) el privilegio de entender esto.
Cuántas personas conocí que desperdiciaron su oportunidad de transitar hacia el más allá, de abandonar lo inmanente en busca de lo trascendente. Yo lo entendí. Por eso estoy aquí, en esta ciudad antigua, camino a mi amado árbol de flores rosadas, igual que mi vestido.
Recuerdo cuando mis dedos se movían veloces, como una araña bailarina sobre el teclado. Miles de palabras brotaban en la pantalla, y mi jefe se mostraba orgulloso de mi capacidad para resolver problemas.
“Sarah es la mejor administrativa que tenemos”, solían decir, para despecho de las compañeras. Lucía, por ejemplo, me odiaba. Era una víbora, un áspid de ponzoña negra que fermentaba en su interior.
La hiel de los malvados es el combustible de la existencia. Si no existieran la envidia, el resentimiento, el odio, el mundo no se movería. Nuestra reacción frente a ellos es el par de energía que necesita el planeta para girar. Yo soy el motor del mundo.
La gente vive en un invierno de descontento. Es una tragedia necesaria. ¿Por qué cuesta tanto ser feliz? Es muy fácil, facilísimo: hay que serlo. Levantarse, lavarse los dientes, peinarse, pintarse los labios… y ser feliz.
¡Grita, Ricardo III, a través del Cisne de Avon, grita con todas tus fuerzas!:
“Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano.”
No entiendo por qué estoy sola en esta calle. Todos los santos días camino hacia el final, hacia mi árbol amado de flores que caen y caen, como caen los recursos. ¿Soy acaso la única que puede disfrutarlo?
Ya están gritando. Que me levante. Que no voy a dormir todo el día. Que tienen que tender la cama. Que no moleste a los compañeros de pieza. Ahora dicen que le robé a Emma los caramelos que le trajo la nieta. Puta ella. Puta la nieta.
Una porquería cómo me arrancan de mi mundo, de mi árbol, para discutir con esta gentuza infame, fracasada. Ellas no tienen un árbol rosado. Solo hiel y odio. Detesto comer en ese salón lúgubre, rodeada de viejos que se babean, que tiran la comida. Quiero mi árbol, no esto.
Mis hijos me trajeron aquí una mañana. Dijeron que la casa ya era muy grande para mí. Que aquí estaría mejor, rodeada de gente de mi edad. Que iba a poder hablar, cantar, ver televisión. ¿A quién le importa todo eso?
Me negué al principio. Pero un día llegaron con una furgoneta y me trajeron por la fuerza. Después me hicieron firmar unos papeles. Me di cuenta de que me estaban robando. Robando materia, entiéndase bien: porque mi calle y mi árbol rosado siguen siendo míos.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
Emma. Vieja de porquería. Serpiente. Años de estudiar literatura, autores, siglos, los innumerables libros que hombres y mujeres han escrito para el deleite de la humanidad… Y ahora aquí, encerrada en una pieza, una mazmorra, junto a Emma.
Grito:
—¿Quousque tandem abutere, Emma, patientia nostra?
Ya vienen los enfermeros. Me llevan en el sillón de ruedas a la habitación. Ahora, la pastilla. Y otra vez, a la calle.
A disfrutar de mi árbol rosado.
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina 9 de mayo de 2025