«La niña de los cuatro ríos» de Florencio Nicolau

 

 

La niña de los cuatro ríos

Especial para Eco Italiano

Los humanos tenemos un gusto, a veces desenfrenado, por el exotismo. Lo foráneo, los misterios llegados de tierras lejanas siempre atrajeron la curiosidad y la imaginación de las personas. Todas las culturas han tenido una referencia que modeló su concepción de lo exótico. Los romanos sabían de mentas la existencia de China e imaginaban ese lejano mundo como algo inalcanzable e ideal. Para el mundo mediterráneo, la India fue origen de leyendas extrañas. No es raro, pues, que haya jugado un papel protagónico en el arte.

Lo exótico fue un símbolo de distinción, de conocimiento de algo vedado a la mayoría; los señores del Renacimiento y el siglo XVII italiano lo sabían y buscaban exaltar su señoría y poder a través de su representación en el arte. Papas y emperadores, nobles y burgueses hicieron del culto a lo extraño una verdadera pasión que nos dejó obras de belleza superlativa que hoy admiramos en frontispicios, cuadros y obras públicas.

Tal vez con esta idea Giovanni Battista Pamphili — o Inocencio X en su ministerio petrino— encargó la construcción de un monumento para ser ubicado en los terrenos que en época del Imperio romano había ocupado un hipódromo de Domiciano. Fue el escultor del momento, el gran Gian Lorenzo Bernini —napolitano por cuna, romano por adopción—el encargado de plasmar el imaginario colectivo del exotismo en una fuente llamada la Fontana dei quattro fiumi, en castellano Fuente de los Cuatro Ríos, un hito de piedra ante los hombres y mujeres de a pie que transitaban a diario la Piazza Navona.

Roma es un tesoro de monumentos y varias de sus fuentes son emblemáticas como la Fontana di Trevi; pero es la Fuente de los Cuatro Ríos un símbolo en piedra eternal de la idea que se tenía del mundo en el siglo XVII. Los cuatro ríos representan a cuatro continentes: el Nilo a África, el Danubio a Europa, el Ganges a la misteriosa Asia y por primera vez en la historia del Viejo Mundo entra en escena el Río de la Plata en la lejana y rica América. Siguiendo una tradición romana los ríos están representados como personas y al Río de la Plata le tocó en suerte ser un hombre de rasgos curiosos, vistiendo una singular sotabarba.

Cuando Bernini planificó y construyó la Fontana dei quattro fiumi ya habían pasado más de cien años desde que el infortunado Juan Pedro Díaz de Solís muriera en la desembocadura del Río de la Plata en manos de los aguerridos charrúas. Esto le sumaba una cuota de feralidad a ese paisaje plasmado en la escultura.

Existen varias pinturas que nos muestran el aspecto de la Piazza Navona en la época de la reciente construcción de la fuente. La planta de la plaza conserva la forma del hipódromo de Domiciano y es un espacio amplio que le da un gran marco a la obra de Bernini, con el soberbio obelisco egipcio coronando el grupo escultórico.

También sabemos que la plaza y la fuente jugaban un papel central durante la canícula estival. El terreno, que tiene una leve concavidad, se llenaba de agua en verano obstruyendo los desagües y se improvisaban batallas navales y juegos de agua entre los vecinos de una Roma, festiva y desacartonada. Hay una pintura de la plaza anegada que nos muestra estos momentos, transitada por carruajes realizando zafarranchos en el lodo.

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Recuerdo de niño las historias que tejía en torno a los personajes de las fuentes de la Plaza Alvear y la plaza 1 ° de mayo en Paraná, ciudad donde nací y vivo. Esas grandes figuras, enaltecidas por mi pequeñez, me suscitaban diversos pensamientos y creaba una sustancia que luego se plasmó en lecturas y en arte, preguntándoles a mis padres y a mi tía Tota sobre quienes eran esos seres que adornaban las fuentes.

El arte en los espacios públicos juega un papel más allá de la ornamentación o la consagración de una gran figura. Su espíritu transita en la mente de las miles de personas que a diario pasan junto a una fachada o a una escultura generándoles pensamientos, recuerdos, ideas, suscitando en la imaginación las más variadas imágenes que perduran por toda una vida. En mi caso tanto las fuentes de mi ciudad como la fuente de la Piazza Navona han sido un sustrato fértil para diversas ideas. Por eso siento que formo parte de una hermandad intangible de niños que al igual que yo se regodearon contemplando las fantásticas esculturas de las fuentes del mundo.

Entreveo al sol de una tarde del siglo XVII a los niños, hijos de los dueños de tenderetes de alrededores de la Piazza Navona contemplando las figuras de los ríos del mundo e imaginando paisajes desconocidos. El Nilo con su carga de leyendas, monumentos gigantescos y testigo de escenas bíblicas, el Ganges que rememora escenas de las batallas de Alejandro, el europeo Danubio y el nuevo y misterioso Río de la Plata. Para esos niños las cuatro alegorías eran los personajes de un comic, los superhéroes del momento. La fuente de Bernini oficiaba como un libro de piedra donde se podían leer múltiples historias, penetrando en el entretejido de las cosas reales hacia un mundo de ensoñación y fantasía.

Imagino en el grupo a una niña, con una muñeca de trapos, descalza en la tarde canicular junto a la Fontana dei quattro fiumi contemplando ese Rio de la Plata, su rio, con sus riberas curiosas habitadas por personajes desconocidos que se irían construyendo de alguna forma en su mente. Esa niña nunca salió del entorno de la plaza pero vivió intensamente en el lejano estuario del Plata a través de la figura idealizada por Bernini. Tal vez en su última hora —ya octogenaria— vio el brillo del río bajo el sol del verano americano, el mismo que alumbró los días de su niñez en un viaje imaginario.

Esa es la magia del arte.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 2 de octubre de 2023

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