«Al otro lado del cisne» artículo de Florencio Nicolau

 

 

Al otro lado del cisne

Especial para Eco Italiano

En el entresueño, un color desvaído desdibuja las últimas estrellas. Esa noche es cualquiera pero es única a su manera. Los sueños se trenzan y generan un tejido de textura cambiante, por momento basto, por momentos una pieza de tela inconsútil. Moverse por esa trama es conocer el universo. Y son muchos los hombres y mujeres que han tratado de ver que hay detrás de cada hilo.

El cura asciende los peldaños que conducen al observatorio en la isla de Sicilia. Es un hombre de profundo compromiso con el conocimiento y el saber. En vista de su capacidad para las ciencias exactas los gobernantes no han retaceado medios y lo han enviado a Paris a estudiar las nuevas tendencias en materia de astronomía.

El padre Giuseppe Piazzi, un sacerdote teatino nacido en el norte, es el encargado de llevar adelante el nuevo proyecto del observatorio. Cuenta con precisos instrumentos construidos por uno de los más grandes artesanos del momento: Jesse Ramsden, un pobre dependiente de un vendedor de ropa devenido en el mejor constructor de instrumentos científicos de la época. De su taller surgieron barómetros, manómetros, balanzas de laboratorio, teodolitos y telescopios para medir con precisión nunca vista la posición de las estrellas. Este es el hombre que se reúne con Piazzi en Inglaterra comisionado por el rey de Sicilia. Con los instrumentos adquiridos el padre montará el insigne observatorio de Palermo en el Palazzo dei Normanni, una imponente construcción hecha en el siglo XII por el rey normando Rogelio II.

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El 1 de enero de 1801, el primer día del siglo XIX, Giuseppe Piazzi hizo un descubrimiento notable que cambiaría la forma de concebir a nuestro sistema solar. Abocado con celo a la confección de su catálogo estelar con los instrumentos de Ramsden, observó un objeto en una posición que no se consignaba en ninguna carta conocida. Con el paso de los días el padre Piazzi comprobó sorprendido que el astro se movía con respecto al resto de las estrellas. Téngase en cuenta que hacía poco, en 1781 el compositor-astrónomo William Herschel había descubierto por medio de un gran telescopio a Urano, el primer planeta fuera de los cinco visibles a ojo desnudo y conocidos desde tiempos antiguos. Piazzi no descartó que su descubrimiento fuera precisamente un nuevo planeta. La comunidad astronómica entró en un revuelo de correspondencia, cálculos, observaciones y opiniones. Herschel reapareció en escena y finalmente un joven talento alemán de veinticuatro años llamado Carl Friedrich Gauss calculó los elementos de la órbita del nuevo astro: Piazzi el lombardo, vecino de Ponte in Valtellina había descubierto el primer asteroide, uno de los miles de pequeños planetas que orbitan entre Marte y Júpiter.

Piazzi bautizó a su descubrimiento con el nombre de Ceres Fernandinea, por la diosa tutelar de la agricultura griega que residía —según la mitología— en Sicilia y por Fernando IV de Nápoles y Sicilia.

Los vaivenes de la política y la fortuna hicieron que solo quedara el nombre Ceres.

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El universo es movimiento. En la aparente quietud de las cosas reside un enjambre de partículas en cambio permanente. Si no hay cambio no puede haber nada más. El entretejido del universo se mueve en un telar que accionan manos sin nombre. Los griegos le atribuían este deber a las parcas y sabían que no era solo un símbolo. El padre abre los ojos en medio de la nada. Ha estado despierto toda la noche. En el resplandor de la siesta que se cuela por la ventana ve que Dios le sonríe, cómplice.

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En 1804 Giuseppe Piazzi, que continuaba con su catálogo estelar, percibió que una estrella en la constelación del Cisne, 61 Cygni, presentaba un gran movimiento respecto a catálogos anteriores. Esto llevó al padre a interesarse por la medición de estrellas que poseían movimientos propios, un fenómeno que estaba interesando a los grandes actores del mundo astronómico: el universo no estaba quieto como se había dicho durante mucho tiempo. Gracias a este antecedente observacional de Piazzi, otros astrónomos comenzaron a emplear el cambio de movimiento de las estrellas respecto de otras para medir sus distancias en base a un efecto llamado paralaje. De esta manera 61 Cygni se convirtió en la primera estrella de la historia fuera del Sol de la que se conoció su distancia. 61 Cygni es una estrella cercana, sin embargo no es una de las más brillantes. Piazzi fue una de las primeras personas en la historia en establecer que una estrella brillante no está necesariamente más cerca que una más débil.

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A la hora del ángelus el hombre reflexiona mirando los tejados de la ciudad. Una campana irrumpe la quietud de su cavilación y se transforma en una figura de planetas y estrellas en su mente. No en vano el sonido de los campanarios se mueve como la luz. El conocimiento del universo es incierto; pero es esa falta de arraigo de nuestros sentidos y de nuestra mente lo que hace que sigamos indagando. Después vendrán otros mundos nuevos con movimientos expansivos, explosiones e implosiones. El universo es viejo pero nuevo para el hombre. El padre Piazzi piensa en lo que vendrá aunque él no lo vea. En su lecho, juega con la textura de la sábana asiéndola entre sus dedos. La sábana —piensa sin palabras— comienza aquí entre el índice y el pulgar pero nadie—nadie—puede decir dónde termina. Eso es el universo.

Sabe que hay mucho más al otro lado del cisne. Dios le sonríe, cómplice.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 14 de octubre de 2023

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