Esperando al cometa Giotto de Florencio Nicolau

Esperando al cometa Giotto

Especial para Eco Italiano

El cometa se desplaza en el espacio entre los planetas del sistema solar. Cada tantos años se acerca al sol y pasa por un punto, el más cercano, llamado el perihelio. Es en ese momento cuando su cola de gas y polvo se expande y luce luminosa en el cielo del anochecer o el amanecer. Los cometas son un mojón astronómico, un recordatorio de las regularidades de las leyes inefables del universo. El mundo es movimiento, cambio. El pintor lo sabe.

Cuando tenía unos diez años celebré mi primer encuentro con Giotto di Bondone, pintor del Trecento y precursor preclaro de Renacimiento. La reunión fue a través de una reproducción de su San Esteban. El cuadro reproduce la imagen del santo, el primer mártir de la iglesia, vestido con atributos de un prelado de la Edad Media y con una tonsura monacal. La estimación que tenía mi madre por ese cuadro y las extrañas sensaciones que suscitaba el juego de la luz de la tarde cayendo sobre la figura creó en mi niñez una imagen indeleble. Desde entonces comprendí que Giotto pintaba más allá del rostro o el cuerpo del retratado. Con una mirada oriental y un fondo dorado Esteban muestra un semblante de estoica contemplación y resignación ante su destino. Años después aprendí que Giotto se despegó de la llamada maniera greca, una forma de pintar heredada de las épocas en que Bizancio influía en el arte de las iglesias de la cristiandad a través de la representación de los santos como iconos.

Mi madre había hecho colocar la reproducción en un marco antiguo, de esos de borde curvo que se usaban para poner las fotos del matrimonio de la casa. El título de la obra y el museo donde se encuentra el original había sido añadido en un simple papel manuscrito. El conjunto era singular y armonioso.

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Mi mundo es tu mundo, piensa. Si estás en el cielo, desde la tierra te observo y te comparto con mis semejantes. De polvo estelar estamos hechos. La pintura, los pigmentos de los colores son sustancias creadas en las estrellas. De estrellas son, pues, mis cuadros.

Giotto se destacó particularmente en el fresco, una técnica para pintar en los muros de las iglesias y las casas solariegas y que generalmente perpetuaban una escena con contenido místico o moral. Una de las obras más famosas de Giotto son los frescos y las alegorías que pintó para la Capilla de los Scrovegni, en Padua. Las alegorías son un camino para el aprendizaje de las enseñanzas de Dios a los hombres; pero lo son también para entender aspectos de nuestra propia mente y espíritu. Giotto entendió muy bien esto último.

En las alegorías, el artista pintó las escenas como si fueran esculturas en mármol de acuerdo a una técnica llamada grisalla. Las escenas son de una gran novedad para la época e inclusive para el arte de siglos posteriores y nos muestra a la ira, la envidia, la injusticia entre otros vicios y virtudes. Las expresiones de los personajes son vívidas y un ejemplo de la capacidad del artista para mostrar los sentimientos de los personajes. Otro de los frescos representa el momento en Judas besa a Jesús y es, a mi criterio, uno de los pináculos del arte italiano.

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El cometa se acerca y su cola comienza a desarrollarse. La gente clama por la ayuda divina y pide entre sollozos que les sean perdonados sus pecados. Peste y devastación son los castigos que trae consigo el astro. El pintor sonríe, solamente. No pierde la oportunidad de sumergirse en la belleza de la brillante cola.

Algunas de las obras que han cobrado mayor popularidad en el corpus de Giotto son sus frescos sobre la vida de san Francisco en la iglesia superior de San Francisco de Asís. Las he visto con mis propios ojos recorriendo extasiado las extensas naves. Son escenas de la vida de Francisco casi a la manera de viñetas de una gigantesca historieta. En la Edad Media se buscaba enseñar a las personas analfabetas a través de imágenes.

En esa oportunidad recorriendo Umbría y la Toscana me percaté que Giotto había aparecido en mi vida nuevamente y de improviso. Recordé en ese mismo momento toda la riqueza que había transmitido a mi espíritu y sentí que la belleza ingente que podía ver en las paredes eran los originales de un pintor que me acompañaba desde pequeño. Eso es el arte: un conjunto de sensaciones que van más allá de la mano del pintor o del lienzo, una aventura que se contrapone a la falsa erudición de nombres y fechas y del parcelamiento en escuelas que los mismos creadores no hubieran entendido. La magia del arte es percatarse que ese creador pintó para miles de personas pero sin embargo sentimos que lo hizo exclusivamente para nosotros. Eso es la apropiación de la obra, uno de los aspectos más hermosos que nos brindan los genios: sentir que esa pintura es nuestra.

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El 13 de marzo de 1986 una sonda de la Agencia Espacial Europea se acercó a quinientos kilómetros del Halley tomando las primeras fotografías de la historia de la superficie de un cometa. Las imágenes, que nos dejaron boquiabiertos por un tiempo, muestran un cuerpo opaco y amorfo que proyecta una nube de polvo y gases en contra del viento solar. La sonda que realizó esta proeza se llamaba Giotto en honor al pintor que realizó una de las primeras representaciones del cometa Halley en uno de sus cuadros.

Al igual que el Halley, Giotto ha sido un cometa periódico que de tanto en tanto se acerca al perihelio de mi corazón y se manifiesta con todo su esplendor. Es ahí cuando hace su aparición manifiesta en sus formas, en una epifanía de belleza y luz que no dejará de darme alegría nunca.

Es una celebración de la vida esperar la vuelta del cometa Giotto.

A Tochi Eymann (19/11/1933—30/11/2020), escritora, compañera de viaje, madre. In Memoriam.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 24 de noviembre de 2023

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