Te esperaré en la lluvia

Florencio Nicolau Eymann

Te esperaré en la lluvia

Especial para Eco Italiano

—Es regnet —dice la profesora de piano en un alemán perfecto mientras contempla la calle de tierra a través del ventanal.

El sonido del piano es opaco, tras años en un garaje húmedo. Es el único que posee la profesora, quien lo perdió todo en el juego y las drogas. Su vida, arrastrada por los vicios y una familia de moral dudosa, ha sido espantosa. Sobrevive enseñando a los niños del barrio.

Permanece absorta mirando la lluvia, mientras escucha a la niña mover los dedos con destreza sobre el duro teclado, arrancándole sonidos a la Invención a dos voces nº 13. Los vecinos la conocen simplemente como “la profesora” y le guardan respeto, a pesar de los pormenores de su pasado. Vive en la última casa de una calle de tierra, justo antes de que se hunda en el bajo que conecta con la ruta hacia la ciudad vecina.

La profesora asiente y aspira el humo de su cigarrillo, de tabaco fuerte y pesado. Ha perdido la dignidad y las oportunidades, pero el arte —sobre todo el de Bach— ha anidado en su alma. Bach permanece, inexplicable, como todo lo humano que vale la pena.

La niña es talentosa. Tal vez toque unas piezas más, muy bien, y luego su madre la retire de las clases por no poder pagarlas. Días atrás, cuando la profesora sugirió comprarle un piano, la madre respondió que prefería “cualquier otra cosa”: mientras “la profe” le prestara su «estrumento» estaba todo resuelto.

***

Deja de mirar la lluvia justo cuando un rosa pálido se instala en su mente, tiñéndolo todo como cuando cerramos los ojos frente a una luz tenue. La mente es vasto territorio, repleto de información innecesaria en un mundo que ya no nos necesita. ¿Por qué necesitamos tantas cosas en la cabeza en un mundo que ya no nos necesita? Una de las tantas contradicciones de la vida moderna.

Pasa los dedos sobre la cicatriz del Tercer Ojo, ese órgano latente que solo unos pocos se atreven a despertar. Se lo implantaron de niña, porque sus padres tenían dinero y querían un buen futuro para ella. El Ajna —आज्ञा— es la intuición, el vínculo con Brahman. La operación es sencilla, menos de una hora, pero el estudio previo cuesta un dineral: el sueldo de tres años de un verdulero en Shanghái.

Da una última mirada a la calle húmeda, con los reflejos multicolores de los carteles publicitarios. El dolor de cabeza se intensifica, pero sabe que en unos segundos pasará. Son demasiados años de recuerdos: casi tres siglos. Acumular conocimiento así es una forma de tortura que debe soportar.

También debe tolerar otras cosas: la incompetencia de los funcionarios, los desterrados, los soñadores. Letras flotan en el aire sobre la vereda, en un azul intenso: 即将下雨, va a llover.

Entre las gotas finas distingue la silueta intensamente femenina de una mujer. No se oyen sus pasos: el sonido está filtrado. En los últimos doscientos años, la humanidad ha eliminado los ruidos molestos; ya nadie necesita escuchar para saber que alguien se acerca, mucho menos con un Tercer Ojo.

La recién llegada se presenta con su voz —una rareza en estos tiempos—:

—Batari —dice, escueta.

Lixue reflexiona en su tercer nivel de clausura, donde residen los pensamientos íntimos. Batari es una palabra indonesia que significa “diosa”. Sobre la piel de la mujer, exactamente encima del Ajna, observa pintado un símbolo QR: una romántica empedernida. El código QR fue popular por poco tiempo, hace unos novecientos años, y desapareció sin dejar rastro, aunque durante su auge estuvo en todas partes.

Lixue es más conservadora: lleva un ojo pintado sobre su Ajna, un auténtico ojo humano.

La voz de Batari es dulce, con un marcado cantón. Alguno de sus padres debe de haber sido hongkonés. Su formalidad resulta extraña: no es una Actual. Las Actuales ya no se expresan así.

Batari es claramente una Pasada: debió de nacer físicamente hace más de trescientos años. Lixue la envidia: Batari posee más experiencia vivida que implantada. Lixue también es un pozo sin fondo de experiencias, pero la mayoría pertenece a otros.

La ciencia se basa en la cronohilación: cada generación transmite a la siguiente la posta del conocimiento. Parece mentira que el concepto, acuñado por Alfred Korzybski hace diez siglos, solo se comprenda cabalmente desde hace unas décadas.

Entran al lugar acordado: una galería comercial en el piso 308 del centro de Shanghái, una construcción que recuerda a una esfera seccionada por una enorme parábola. El cielo continúa gris, un gris absurdo que arrastra recuerdos.

Cómo han cambiado los conceptos humanos. Hoy se trabaja solo con la mente; el cuerpo es apenas un complemento prescindible. Incluso en las artes, las interpretaciones musicales son manifestaciones mentales puras. El año pasado, en Moscú, un extraño, Pavel Ilich Kuznetsov, interpretó las treinta y dos sonatas de Beethoven usando sus manos y su memoria natural. Fue considerado inmoral por muchos.

Batari avanza erguida, orgullosa, casi insolente. El largo pasillo del piso 308 es una factoría, una galería de espaciopuerto con capacidad para miles. Los habitantes de menores recursos —quienes jamás han hecho un viaje de bodas o unas vacaciones al siglo XXII o XXIII— desconocen la magnitud de este lugar. Para ellos, el mundo siempre ha sido así.

Las grandes catedrales góticas conservan su nombre por tradición, pero son apenas pequeños edificios de piedra rodeados de estructuras ciclópeas. Incluso Notre Dame, en París, está cubierta por una superestructura de treinta pisos que la aísla del aire corrosivo. Es una de las pocas iglesias de hace dos mil años que aún resiste.

El cartel flotante insiste con su azul refulgente: 即将下雨.

***

La profesora apaga el cigarrillo y mira la silla vacía del piano. La niña se ha ido. Ya es de noche y escucha el agua entre los yuyales del barrio. Es una noche fría de principios de invierno, y se huele la leña que los vecinos recogieron por la tarde.

La casa, sin embargo, es sencilla pero amplia, decorada con gusto: revela que la profesora tuvo un pasado instruido. Una pequeña biblioteca de madera alberga unos doscientos libros en distintos idiomas, adquiridos en los países donde vivió y cuyas lenguas aprendió. Además de música, tiene el don de lenguas.

El frío la invita a reflexionar. En la cocina, sentada a una mesa con mantel de hule a cuadros, corta queso y salame para la cena. Quizás agregue un poco de ginebra antes de acostarse con un libro. Piensa en su hija, que estudia medicina en la capital. Tal vez ya no vuelva. Será una profesional digna, peinada y maquillada, que no necesitará de una madre pianista fracasada. Qué importa. Lo asumirá.

Se mete en la cama y repasa los pensamientos de los Santos Padres: Agustín, Ambrosio, Jerónimo y Gregorio Magno. Agustín de Hipona, con su vida llena de altibajos y errores, es como ella: un vicioso arrepentido que veía el futuro como una realidad ausente, pero en espera activa en la mente de Dios. Hallar a Dios es introducirse en pasado y futuro simultáneamente. Lee y se duerme.

***

Las dos mujeres se funden en un abrazo. Comienzan a besarse. Batari acaricia los pechos de Lixue, que siente un escalofrío. Necesita el contacto físico: no soporta una existencia hecha de algoritmos y pensamientos creados por inteligencias artificiales que han desvirtuado el sentido del amor real. Batari, que ha viajado mucho en el tiempo, sabe cómo hacerla disfrutar. El encuentro es sin concesiones: el amor avanza a pasos agigantados y es auténtico, aunque una de las partes haya pagado.

Batari es feliz junto a su clienta. Los recuerdos se confunden en la noche lluviosa de esta incongruente Shanghái, habitada por cientos de millones de almas que no se ven ni se tocan. Gemidos y llantos se entremezclan en el sexo. Batari y Lixue conforman un universo único. El Tercer Ojo de ambas trabaja vertiginosamente.

¿Quién es la mujer del piano? —Se preguntan, sin pronunciar palabra—. ¿Por qué está con nosotras, tocándonos, mientras escucha la deliciosa música de Bach? ¿Quién eres?

Un olor fuerte invade la habitación del piso 308. Batari recuerda que eso se llama tabaco y que dejó de usarse hace muchos años.

—¿De dónde sacaste a esa mujer que fuma y fuma sentada en esa pocilga? —pregunta Batari, confundida—. ¿Pediste que te la implantaran o llegó gratis?

Las preguntas fluyen sin sonido, de mente a mente. En este momento, toda la existencia es una mezcla de recuerdos: los propios, los compartidos… y los de miles de millones de personas que reaparecen generación tras generación como ondas electromagnéticas, volando del pasado al presente sin pedir permiso.

Lixue confía en su pareja y abre el cuarto nivel de clausura, donde duermen los recuerdos “prohibidos”. Batari, que ha vivido con intensidad en un mundo físico, detesta los pensamientos implantados. Hay quienes han pagado tratamientos para llevar bibliotecas enteras de matemática en la cabeza. Terminan usando solo una parte: la que podrían haber aprendido estudiando unos años en cualquier facultad. El ser humano es eso: acaparar. El verdadero mundo, en cambio, es la flor, el beso caliente entre labios, el cielo nocturno sin constelaciones; es el hijo del pastor Ilya Kuznetsov, que halló un piano en la casa de su abuela y decidió tocar con sus propias manos todas las sonatas de Beethoven. Eso es el mundo.

***

La mujer se levanta de la cama y bebe otro trago de ginebra. Ve los libros esparcidos sobre la colcha; algunos han caído al piso. Va a la cocina, tambaleante, a tomar agua. La boca reseca por el alcohol es una perdición de dientes amarillos y deseos reprimidos.

—¿Qué ha pasado con mi vida? —se pregunta—. ¿Dónde quedaron las tardes en el conservatorio, impresionando a mis profesores?

La nena de la tarde se le aparece como una mujer grácil, de piel oscura y rostro angelical, que toca en una gran sala de conciertos. El público se pone de pie y aplaude.

—Yo formé a esa pianista —piensa, antes de caer al piso y golpearse la frente con la mesada. El infarto hará el resto.

Lixue siente un golpe seco en el Tercer Ojo. No es una sensación mental, es un golpe real, perfecto, en el centro del Ajna. Se desprende de Batari y se incorpora en la cama del piso 308. La realidad ha cambiado. Los recuerdos también: unos reaparecen, otros son nuevos.

La mujer morocha y delgada camina de la mano con el muchacho huesudo y rubio. Ella acaba de llegar a este país frío para estudiar música. Andrei se enamoró desde siempre de ella; verla fue una simple confirmación. Le muestra el piano que compartirán. Ella le habla de su profesora muerta en la cocina, y de cuánto la amaba.

Andrei la entiende. Tendrán éxito. Serán grandes pianistas. El piano quedará en la casa, y un día su tataranieto, Pavel, aprenderá a tocar con sus propias manos. Como ellos lo hicieron.

Lixue comprende que Batari ha venido a buscar a la vieja pianista que murió borracha hace novecientos años. No sabe por qué ni para qué. Solo sabe que la lleva dentro, en su quinto nivel de clausura, donde habitan sus existencias más profundas. Está dispuesta a entregarla y abre las puertas para que Batari la saque.

—Procede —dice Lixue con su propia voz, un sonido que apenas conoce por falta de uso. —¿Te pagó Pavel, no? —agrega.

Batari no responde. Solo sonríe con la boca cerrada. Las imágenes fluyen de una mente hacia la otra. Es una historia que se va aclarando lentamente, a medida que los espasmos del orgasmo ceden a la reflexión. Una pianista de talento incomparable, reducida al alcohol y a una vida miserable en una ciudad ignota. Sobrevive dando clases a niños en situación de pobreza extrema; algunos viven en casas de chapa y lona. Es a fines del siglo XX. La mujer tiene una capacidad natural para enseñar a tocar como nadie más; la mayoría de sus alumnos ha trascendido. Alguien, en una reunión, dejó entrever la historia de esta mujer. Las nuevas tendencias para tocar el piano —y otros instrumentos— con el propio cuerpo han despertado el interés del mundo por aprender esta forma. Pero ya no hay quien sepa enseñar. Pavel conoce la historia de sus antepasados y ha decidido encontrar a una profesora capaz de revivir el antiguo arte de la interpretación. Solo hay que dar con quien retiene a esa mujer en su quinto nivel de clausura. Las bases de datos indican que esta pianista está entre la escoria que se coló en Lixue, una programadora mental y consumidora obsesiva de prostitución.

Lixue y Batari se abrazan nuevamente y se dejan penetrar la una a la otra. Batari también le abre su quinto nivel de clausura.

***

La profesora observa desde otro plano cómo la manta negra que arroja la joven policía cubre su cuerpo. Los vecinos han formado un semicírculo frente a la puerta de la casa y murmuran en voz baja, lamentando la pérdida de aquella vecina. La agente extiende una cinta alrededor de la entrada, anudándola a unos arbustos resecos por la falta de riego.

La cajera del supermercado chino de la otra cuadra se aproxima caminando con el rostro inexpresivo. Ningún vecino la vio jamás llegar hasta aquí. Junta las manos bajo la cintura y contempla el cuerpo cubierto. Una hoja cae repentinamente de un árbol y le roza la mejilla. “Te esperaré en la lluvia”, murmura para sí.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina 18 de mayo de 2025

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