Florencio Nicolau Eymann |
Especial para Eco Italiano
Es un silencio lleno de recuerdos que se pasea por los pasillos de la gran casa, repitiendo palabras que me harté de escuchar en el pasado. ¿Qué es lo que busco? No lo sé ni lo sabré. Pero he entendido que lo único importante es buscar. Soy fiel a las enseñanzas. He encontrado, al fin, tiempo para escribirte, mi amor.
El maestro me eligió porque tenía esta habilidad de doblegar los signos misteriosos de los pergaminos y de entender la lengua de las estrellas y de las plantas. Desde siempre me gustaron estas extrañas pociones que se fabrican a través de la mano artesanal del hombre y de la inspiración incógnita de los dioses. La alquimia es mi vida.
De niña, tuve una mirada especial que no dependía de mi vista. No fue un obstáculo haber nacido con los órganos de la visión reducidos a uno. El sano, un hermoso globo con un iris azul; el otro, una aberración opaca y similar a la piel que ocupa el lugar del verdadero. Sin embargo, la costumbre de depender de un solo ojo me permitió adentrarme en el alma de las personas y en los secretos designios de las esferas celestes. Sé que en el lejano oriente, según cuentan los viajeros versados, hay personas que dicen tener un tercer ojo que no se manifiesta físicamente. Mi caso es, podría decirse, al revés.
Demás está decir que, si bien el creador no escatimó esfuerzo en darme dones en mi cuerpo, mi condición de tuerta ha espantado a más de un pretendiente. Sobre todo cuando se enteran de que he dedicado mi tiempo al estudio de las ciencias ocultas y la alquimia. No está bien visto que una mujer, si tiene algún tipo de belleza, se codee con los arcanos secretos, con los demiurgos y espíritus que insuflan sentido a los objetos inanimados. La presencia de malignidad en las acciones de los alquimistas está siempre pendiente como una sombra que puede llevarnos a un final tremebundo. La belleza del alma es muy difícil de ver, sobre todo cuando lo que se busca es el entusiasmo de los cuerpos.
Nací en una casa de campo de padres terratenientes nobles; me crié entre blasones y ayas, en la dignidad que otorga el oro. De haber sido pobre, me habrían matado o me habrían dado a un traficante por una suma interesante. Pero la suerte me acompañó, y mis padres entendieron que deberían darme un trato especial y que mi vida no sería fácil. Lo he sobrellevado con dignidad y entereza.
La noche en que te vi, estaba trabajando en la búsqueda de un signo en el cielo que me indicara la fórmula adecuada para acceder a la eternidad. No me refiero a la permanencia del cuerpo en forma incorruptible en este mundo, sino algo más allá de eso: la presencia ubicua del alma en los pliegues y repliegues del espacio sideral. Pues lo que vemos de noche tú y yo es un campo infinito sembrado de luminarias similares a nuestro sol. Los papeles y pergaminos se amontonaban en desorden sobre mi mesa de trabajo; los alambiques, atanores y retortas cumplían su misión a mis espaldas. Mientras anotaba los secretos significados de los colores y olores del laboratorio, comprendí que me estabas observando. Sabía que eras tú, mi amor.
Al otro día pensé en ti, sabía que no podría verte; nuestro misterioso encuentro estaba signado por caminos equívocos, por los accidentes del tiempo. Necesitaba estar contigo, pues desde el inicio del mundo nos habían unido los arcanos creadores del universo. El complejo orden de cosas que rigen el mundo celeste van más allá de los escuadrones imbuidos de la divinidad que conocemos como Serafines, Querubines, Tronos; Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles y Ángeles. Además de ellos, bienaventurados y excelsos, existen leyes que rigen el movimiento de todo lo que vemos y que tanto tú como yo conocemos parcialmente pues nos ha sido vedado el completo discernimiento por parte de la Divinidad. Dios hace con el tiempo lo que quiere.
Sé que en el momento en que te escribo no has nacido aún. Tu cuerpo no ha sido colocado en un útero y no se ha formado ninguno de tus miembros. Eres un proyecto de humano. Se también por lo que me cuentas que naciste muy lejos de aquí, en una tierra alejada de mi país, tanto en leguas como en cultura e idioma. Tu escritura, la de tu pueblo, difiere completamente de la nuestra. Me cuentas que escribes con trazos perfectamente ordenados que sugieren ideas y que hay que aprender a mirar bien el dibujo para entender el verdadero significado de las palabras que encierran.
La voluntad es una fuerza que nos permite la existencia. Suena extraño. Es nuestro espíritu, nuestra parte incorpóreo sutil en donde está la respuesta a todo. Sé que somos una y es mi voluntad continuar existiendo en ti.
Esta carta, obviamente, no se enviará nunca: está dirigida a mí misma. Pero debía ser escrita y he cumplido. Mi cercanía contigo, amada, es tal que se que somos una sola persona y algún día nos reuniremos. Que así sea.
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Xiuying mira por la escotilla el paisaje de la luna. Un páramo grisáceo con manchones de otros colores. Uno de los pocos mundos habitables de los miles descubiertos en los últimos trescientos años. La mujer piensa en su infancia, en la escuela, la universidad, el entrenamiento como astronautas. Toda una vida.
¿Quién eres, tuerta? ¿Por qué te amo?
Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina, 19 de abril de 2025