El día que la tía Tita visitó el Kremlin

Florencio Cruz Nicolau Eymann

Especial para Eco Italiano

—¿Así que ni asomaste la nariz afuera? Después de tantos días con gripe, ni se te ocurra poner un pie en la calle, no sea cosa que recaigás. Y ya sabés que recaer es lo peor: es como si el virus volviera resentido con una. Parece cosa de viejas, pero es verdad. Te engripás, no terminás de curarte y, en cuanto tomás frío… ¡chau!, otra vez a la cama, con más fiebre y todo eso.

Este frío polar me tiene encerrada, pensando en cualquier cosa. Me acordé de la tía Tita, vieja solterona empedernida que hizo lo que quiso. La soltería debe servir para algo, ¿no? Si no, ¿para qué querría estar sola? Eso pensamos nosotras, las que tuvimos o tenemos pareja. Lo que sí, tener a alguien al lado, compartiendo techo, cama, comida y —ponele— amor, no siempre significa tener una pareja de verdad.

Hoy me agarró un ataque de ama de casa —debe ser el frío— y me puse a revolver cosas viejas: papeles, fotos y otras cosas de la tía que quedaron acá. No sabés las sorpresas que me encontré en un rato. Pensar que estas fotos y cartas hace años que las tengo.

¿Te acordás cuando la tía decía que Roberto la había abandonado? Encontré una carta firmada por él que dice lo contrario. Parece que el Robi se quejaba, porque ella nunca lo dejaba quedarse a cenar. La tía no se dejaba tocar por nadie, menos por Roberto, que era un boludo y medio amanerado, viste. Se pelearon para siempre cuando ella empezó a viajar, después de jubilarse, empezó con Río, Cuba —que no le gustó— y luego Europa. La pasó bien, sola pero a su manera.

¿Estás mirando un documental sobre el Amazonas? Debe estar lleno de monos y de esos indios con la cara tatuada, medio desnudos. Ahora, digo no, hoy en día ya no debe quedar nada de eso. Con tanto avance tecnológico, esos pobres indios estarán mandándose mensajes por celular. Una locura.

¿Sabés? La tía Tita quería conocer el Amazonas. Nunca lo hizo, pero averiguó cómo llegar, precios y todo eso. Decía que había que ir a Manaos y desde ahí te organizaban un tour por el río, de tres o cuatro noches.

Sí, sí, esperá, esperá que baje la música. No, no es ese. Es Charly, el que anda buscando un símbolo de paz. Listo.

Me acuerdo cuando se fue a Rusia. Una locura para la época, con el comunismo y todo eso que se sabía poco. Tenía cincuenta y pico, y volvió fascinada con la momia de Lenin y el Kremlin.

—Si te animás a viajar así, después tenés para contar toda la vida —decía—. ¡Qué sé yo! La tía Tita era una vieja terrible.

Nos reímos, sí, pero también me invade una tristeza profunda: cincuenta años después, descubro que la historia que nos contaron en los almuerzos de domingo no era así. Marta decía que Roberto fue un malvado que dejó tirada a Tita, y criticaba su soltería como si todo estuviera relacionado. Pero ahora sabemos que fue Tita la que le dijo que se fuera. ¡Pobre Robi!

—¿Estás en la cama? ¿Seguís mirando lo del Amazonas? Te imagino con el control remoto, tapada hasta la nariz con la colcha color obispo.

¡Qué historia, esa entre la tía y el obispo! Marito se llamaba. Fue a misa y pasó un frío tremendo en la catedral. Le pidió que pusiera una estufita junto al reclinatorio, pero él le dijo que nadie tenía privilegios ante Dios. La tía lo mandó a la mierda y no volvió a la iglesia por cinco años. Lo conocía de chico, del pueblo, y lo amenazó con contar unas historias que había tenido de seminarista con una chica bien. Le cerró el pico. La vieja tenía algún entrevero con el diablo, porque al pobre nunca le llegó el nombramiento para cardenal.

Marito se enojó, y en un sermón se quejó de la gente que había dejado de ir a misa para gastar plata en viajes por países ateos y comunistas. Lo decía por el viaje de la tía a Rusia, claro.

Esa vieja era imparable. Después se reconciliaron, pero ya no iba tanto a misa. Prefería quedarse en casa leyendo Agatha Christie y otras novelitas de… ¿cómo se llamaba esa española que escribió miles de novelas? La tía tenía como un metro de esos libritos. Bueno, no me acuerdo.

¿No te llama la atención la foto que te mandé por WhatsApp?. Me dijiste que no conocés al tipo que está con la tía, que debe ser alguien del tour, pero que verla tomando del brazo a alguien es raro. ¿Será cierto que Roberto se enojó cuando volvió de Rusia? No sé, pero la foto es sospechosa. La tía lleva puesto ese tapado de Gath & Chaves, el que se compró en Rosario. Fuiste con ella cuando eras chica, por San Martín y Córdoba. Debe haber sido en el setenta y ocho o el setenta y nueve. También compró unos guantes y una cartera. Son las cosas que lleva en la foto, fijate bien.

La Tita se recorrió Europa de punta a punta. Me trajo unas estolas de París que son para morirse. Las tengo bien guardaditas. Pero si hubo un país que le gustó, fue Rusia. Creo que fue cuatro veces. Decía que era como su tierra prometida. No sé cómo no se cansó de andar tanto por ahí. Al final se conocía todas las calles de Moscú, hasta sabía el nombre del mozo del bar del Hotel Rossiya, frente a la Plaza Roja. Una barbaridad. El último viaje creo que estuvo un mes y medio.

…Y ahí fue cuando el obispo apareció en la casa de la tía un viernes a la noche, con la excusa de que quería preguntarle por un conocido en común. Lo hizo pasar, pero nunca nos contó lo que hicieron puertas adentro. Una caja negra. El asunto es que monseñor —Marito, como le decía la tía— no salió muy convencido y, eso sí, muy amargado. Al principio trascendió que se habían juntado por alguna cuestión religiosa. Pero vaya una a saber, porque con Marito se conocían desde chicos, de antes de que él se metiera a cura. Y alguien anduvo diciendo que el amorío que tuvo el obispo era, en realidad, con ella. De ahí que había mucha tela para cortar. Y, eso sí, el problema parece no haber sido tanto los viajes a países ateos y comunistas, sino con quién se encontraba.

—¡Uy, qué tos! Estás mal. Tomate un té con limón. ¿Seguís teniendo el limonero, no? ¿Sí? Un día de estos, cuando estés mejor, paso y me das algunos.

Además, parece que Roberto también tuvo algún entredicho con Marito, pero de eso no sé mucho. Dicen que también quería ser cura, pero por alguna razón se echó atrás cuando terminó la escuela. Sé que Marito se deprimió porque quería tenerlo de compañero en el seminario. Nunca quedó muy claro para qué pero decía siempre la Marta que Marito y Robi eran medios raros que se yo.

Después de que la tía Tita se vino a la ciudad, Marito empezó a cambiar. Es lógico: se preparaba para una vida de celibato y no quería calentarse tanto la cabeza con minas y cosas así. Y entonces la Tita se hizo muy amigo del Robi.

La tía lo empezó a recibir, pero Roberto era un pelotudo. No sabía qué decirle. La invitaba, pero al primer coqueteo de la tía Tita no sabía qué hacer. Qué sé yo… la tía, con esa personalidad avasallante y emprendedora, no iba a tener ganas de hacerle caso a ese tipo. Se cansaba. Terminaba quedándose en la casa con las novelitas de la española esa… puta madre, no me acuerdo.

Ya en los últimos años, la tía —que estaba vieja pero bien de la cabeza, aunque a veces se le iba un poco— me contó algunas cosas de sus viajes a Rusia. Me dijo, así nomás, sin vueltas, que Boris había muerto el año anterior y que lo habían enterrado en el pueblito donde había nacido, cerca de Moscú. ¿Será el de la foto? Andá a saber.

—¡Corín Tellado! Me acordé. Cinco mil novelas. ¡Qué ganas de escribir! Y bueno, que cosa con esta vieja… debe de haber engatusado a más de un diablo allá en el infierno.

Florencio Cruz Nicolau
Paraná, Argentina 6 de julio de 2025

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *